U2 “Sunday Bloody Sunday” (1983) / “How long must we singthis song?”
La historia parece empeñada en revivir sus capítulos más oscuros, y la sociedad, anestesiada por la sobreexposición, corre el riesgo de caer en la apatía.
Es momento de romper el ciclo, de transformar la indignación en acción y la esperanza en compromiso. Cada generación tiene la responsabilidad no solo de recordar las lecciones del pasado, sino de actuar para que no se repitan.
Existe una carta que mi bisabuelo, Don Pablo Cuarón, escribió relatando un acontecimiento único en la historia: en 1911, durante la famosa “Batalla de Juárez”, en el momento en que comenzaron los balazos y la corredera, redactó: “Y se armó la pelotera”. No era para menos: la inestabilidad social, económica, y no se diga la rutina de esta ciudad fronteriza, se había visto afectada por demás.
Pues así hay días en los que el reloj de la historia suena tan fuerte que hasta el más distraído se detiene. Esta es una de esas semanas en las que la pelotera mundial se armó, y para colmo, el 21 de junio de 2025, Estados Unidos, en apoyo a Israel, bombardeó de forma simultánea instalaciones nucleares clave en Irán. Con ello, reconfiguraron el tablero del mundo. Lo que hemos presenciado no es solo un giro en la política internacional: es un umbral que ha sido cruzado. Y de repente… “paz”.
¿Estamos ante el inicio de la paz o solo ante una pausa estratégica?
La historia nos advierte: en conflictos como Gaza (2009, 2014, 2021) y Líbano (2006), los anuncios de tregua rara vez detienen los ataques de inmediato. A menudo, son usados para reposicionarse, manipular la narrativa internacional o aliviar presiones diplomáticas.
Según la ONU y la OTAN, entre 1990 y 2020, solo entre el 25 % y 35 % de los altos al fuego iniciales entre potencias sobreviven más de 72 horas. La guerra Rusia-Ucrania lo ha confirmado: ceses al fuego unilaterales, frágiles, sin mecanismos verificables, se convierten en pantallas de humo. Las estadísticas del Uppsala Conflict Data Program (UCDP) lo refuerzan: solo el 19 % de los conflictos interestatales concluyen por victoria militar. La mayoría requieren mediación internacional, y casi la mitad pasan por ciclos de tregua y reescalada antes de estabilizarse.
Trump y Netanyahu tienen razones para vender paz. La primera, electoral; la segunda, estratégica. Irán, por su parte, proyecta una narrativa dual: hacia su población como resistencia heroica, y hacia el exterior como víctima deseosa de diálogo. Y al final, se vuelve todo un ajedrez, o más bien podría decirse que un “uno”, donde la palabra “paz” se usa con los dedos aún en el gatillo.
Lo inquietante no son solo los misiles, sino la indiferencia. La desinformación, el cansancio informativo y la banalización de la guerra nos han vuelto espectadores pasivos. A diferencia de otras épocas, donde la guerra movilizaba a las masas, hoy, si es que llega a mover algo, tan solo mueve hashtags y algoritmos. Lo cual confirma lo que siempre digo: ese movimiento de conciencias que cambió al mundo después de la Segunda Guerra Mundial ya no existe, y la memoria colectiva está lejos de entender la gravedad de cualquier situación que estamos presenciando.
Y es ahí donde debemos encender el fuego del nosotros. Y ojo, no del pueblo como masa abstracta, sino de la conciencia. Esa que, tras el horror de la Segunda Guerra Mundial, dio origen a la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, como ya dije, parece olvidada, sustituida por polarización y cinismo.
Los grandes cambios no nacen del poder; nacen de quien decide actuar. Como las madres que buscan a sus hijos, los estudiantes que defienden su escuela o los migrantes que cruzan desiertos con esperanza como brújula. En este tiempo de crisis, una sola conciencia despierta puede inspirar a muchas más.
Hoy, 24 de junio, no es solo el cierre de un trimestre o un tránsito del equinoccio correspondiente: es un punto de inflexión. Es el momento para elegir entre el cinismo o la conciencia. Es el momento para encender, juntos, la llama de una causa compartida. Para que no nos pregunten mañana qué hicimos cuando ardía el mundo y tengamos que responder: vimos otra serie.
Mejor que podamos decir: actuamos con humanidad, con propósito. Porque el “nosotros” no es un eslogan: es la única antorcha capaz de iluminar un camino nuevo.
Y bueno, por no dejar, vuelve a mí una línea de aquel pequeño libro que marcó mi infancia: El don de una estrella, de Og Mandino. Por cierto, ese libro fue un regalo de mi madre en mi séptimo año de vida que, sin saberlo, me dio con él el mundo entero. Allí, entre relatos sencillos, se desliza una verdad inmensa: los seres humanos, atrapados en sus urgencias personales, tienden a velar por su propio bienestar antes que por el bien común.
Nos movemos por interés, por miedo, por conveniencia y sin embargo, en el corazón del libro hay un mensaje aún más poderoso: que incluso una sola estrella, una pequeña chispa de bondad o convicción, puede guiar a un navegante perdido. Que basta una luz, una conciencia despierta, para evitar el naufragio colectivo.
Hoy, esa estrella somos nosotros, si decidimos verla; si decidimos actuar no desde el ego ni desde la costumbre, sino desde la responsabilidad compartida.
Porque el verdadero acto revolucionario es pensar en todos, apostar por la humanidad… y encender, juntos, el fuego del nosotros.
SFU
Alfonso Becerra Allen
Abogado corporativo y observador político, experto en estrategias legales y asesoría a liderazgos con visión de futuro. Defensor de la razón y la estrategia, impulsa la exigencia ciudadana como clave para el desarrollo y la transformación social.
