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    diciembre 2, 2025 | 5:13

    De Charlie a Salvador

    Publicado el

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    Sin lugar a duda nos estamos dando cuenta de que vivimos en un mundo al revés. ¿Cuándo íbamos a creer que nuestros vecinos del norte, esos “super civilizados” que inventaron la democracia para compartirla con el resto del mundo —con la atenta invitación de que, si no la adoptas, pueden considerarte su enemigo—, terminarían protagonizando escenas como las que vimos la semana pasada en Estados Unidos?

    Me refiero al caso de Charlie Kirk. Y es que, aunque en el episodio 041 de Los Analistasquisimos tocar el tema, en su momento me enfoqué en la nota nacional y no me di a la tarea de estudiar a fondo lo sucedido. La realidad es que no hace falta profundizar demasiado para entender que el asesinato de un joven activista de derecha durante un evento público llama la atención por sí mismo.

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    Consternado, debo admitir que al principio desconocía los detalles más allá de lo que circulaba en la información general. Pero al ver la fotografía de Kirk, caí en cuenta de que se trataba de un influencer con años generando contenido político en redes sociales, un referente para la derecha estadounidense. Era común verlo en plazas universitarias, defendiendo sus posturas conservadoras frente a estudiantes de tendencia más progresista y alineados a la cultura woke. Con frecuencia sus comentarios eran considerados extremistas, pero lo cierto es que también fomentaba el debate y el ejercicio del diálogo.

    Lo preocupante aquí es que, siendo un representante de una corriente ideológica, Kirk apostaba por la confrontación de ideas y no por la violencia física. Y, sin embargo, terminó siendo silenciado con balas en vez de argumentos. Eso es lo verdaderamente grave: que existan personas que crean tener la libertad —o el deber— de callar un discurso a través de la violencia. La política debe vivirse en el terreno de las ideas y materializarse mediante el gobierno, no mediante la sangre.

    Más aún, estas corrientes liberales, que en teoría deberían nutrir el diálogo, terminan alimentando la agresión entre particulares y fortaleciendo las razones de quienes se oponen a ellas. Es un contrasentido: la izquierda, que históricamente ha buscado liberarnos del yugo social, termina replicando conductas tiránicas cuando actúa con venganza contra quienes piensan diferente. Y no es la primera vez. Recordemos que durante la campaña presidencial de Donald Trump también hubo un intento de atentado en su contra, motivado por ideologías contrarias.

    Por eso creo que la izquierda —y en general cualquier corriente política— debe trabajar con sus bases. El discurso de los oprimidos no puede convertirse en la justificación para agredir a otros, porque con ello se normalizan conductas que terminan reproduciendo aquello mismo que se juró combatir. Lo vimos aquí, localmente, con Salvador Ramírez, quien lejos de defender un discurso crítico de izquierda, reaccionó visceralmente en televisión nacional diciendo que Charlie Kirk “recibió una cucharada de su propio chocolate”. ¿En qué cabeza cabe pensar que justificar la muerte de una persona por tener ideas contrarias puede ser correcto?

    Entiendo que Salvador no debe ser criminalizado por un comentario desafortunado que puede haberse malinterpretado en los medios. Pero lo preocupante es que esa narrativa no es individual, sino compartida por quienes comulgamas con esas corrientes ideológicas. Así como Salvador dijo que fue “consecuencia de sus actos”, lo mismo pensó el agresor de Kirk.

    Como exponentes de cualquier ideología debemos entender que la libertad de expresión tiene límites: termina donde comienza a afectar la esfera de derechos de los demás. Así como se silenció a Kirk, en otro contexto pudo ocurrir lo mismo con algún representante de la izquierda local, atacado por un simpatizante de la derecha.

    Más allá de las disculpas ofrecidas por Salvador, lo que se necesita es reflexión. Su manejo político no fue correcto, pero tampoco creo que deba ser motivo suficiente para exigir su renuncia. Una renuncia no resuelve el problema de fondo: lo que hace falta es reconocer los límites del discurso y su importancia. Si yo lo hubiera asesorado, le habría recomendado pedir disculpas, tomar un curso impartido por instituciones especializadas en comunicación política y en valores democráticos, y transformar su discurso en acciones reales. La renuncia a un cargo de comunicación social no cambia la política ni el movimiento; lo que sí puede cambiar las cosas es aprender a ejercer la palabra con responsabilidad.

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    Daniel Alberto Álvarez Calderón

    Político y abogado chihuahuense con experiencia legislativa y empresarial. Exsubdelegado de PROFECO, ex dirigente del PVEM en Ciudad Juárez y cofundador de Capital and Legal. Consejero en el sector industrial y financiero, promueve desarrollo sostenible e inclusión social.

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