En política, como en la vida, hay quienes no saben esperar. El calendario electoral marca un inicio claro para las campañas, pero algunos actores parecen convencidos de que las reglas son sugerencias decorativas, no obligaciones. Así, desde hace semanas nos hemos dado cuenta de que estamos viendo una avalancha de eventos, giras, reuniones, entrevistas, e incluso bardas recién pintadas, todo cuidadosamente enmarcado en fotos y videos que circulan como si la ciudadanía llevara un conteo anticipado de méritos.
En colonias, ferias, entrevistas radiales y hasta en eventos escolares, los rostros se repiten: sonríen, abrazan, reparten playeras, gorras o volantes, y ahora también grafitean nuestra ciudad con mensajes disfrazados de “apoyo popular”. El discurso es siempre el mismo: “Juárez está con nosotros”. La realidad, sin embargo, es que no se necesita un oído fino para captar el verdadero mensaje: “Recuerden mi cara para dentro de dos años”.
Lo más curioso es la creatividad con la que se disfraza la propaganda. Un día es una “entrevista casual”, al siguiente un “informe de actividades ante medios” y, por arte de magia, al amanecer aparecen bardas grafiteadas con nombres o iniciales que todos entendemos, aunque nadie lo reconozca oficialmente. El logotipo no es de partido, pero los colores, el estilo y el protagonista son inconfundibles. Es como ver una película cuyo final todos conocemos, pero fingimos sorprendernos.
La táctica es clara: construir una presencia permanente en el imaginario colectivo, incluso antes de que la ley lo permita. La estrategia, además, no es nueva; lo nuevo es el descaro con que se hace. A veces incluso se mezclan actos oficiales con agendas personales, y lo que debería ser un servicio público se convierte en plataforma de promoción personal.
Esto plantea una pregunta incómoda: ¿qué significa realmente jugar limpio en democracia? Porque mientras la autoridad electoral marca tiempos, en la cancha real se está disputando un partido adelantado con toda la artillería. Y el problema no es sólo la ventaja que se busca obtener, sino el desgaste de la ciudadanía, que vive en campaña permanente, saturada de promesas y de “eventos de cercanía” antes de que oficialmente se pueda prometer algo.
La política, en estos tiempos, se ha convertido en una carrera de resistencia, no en un sprint. El riesgo es que para cuando lleguen las elecciones formales, muchos electores estén ya agotados oindiferentes. Y eso, más que beneficiar a alguien, erosiona la confianza en el sistema y alimenta la sensación de que todos juegan con las mismas mañas.
Quizá ha llegado el momento de recordarles a quienes aspiran que la paciencia no sólo es una virtud personal, sino una regla de juego colectivo. Que hacer política no debería ser sinónimo de adelantarse, sino de prepararse. Y que ganarse el voto implica respetar no sólo a la ley, sino también a la inteligencia de la gente.
Mientras tanto, seguiremos viendo sonrisas estratégicas en cada esquina, fotos con niños, abrazos a adultos mayores y manos alzadas con comerciantes. Porque en este estado, el calendario electoral parece ser más un chiste interno que un marco de referencia. Y como toda broma repetida, en algún punto dejará de tener gracia… aunque eso no les quite las ganas de seguir pintando bardas al amanecer.
Enfrentamos una guerra entre aspirantes a ser lo que sea, donde aparecer en titulares y bardas parece más importante que preocuparse por ofrecer un mejor servicio en las dependencias que encabezan o por construir, de la mano de la gente, un verdadero proyecto. No se trata sólo de aspiracionismo —que, si bien es válido, porque todos los que actuamos en política buscamos mantenernos vigentes—, sino de entender que una cosa es estar presente y otra muy distinta es adelantarse a hacer campaña cuando todavía no se define nada, ni internamente en los partidos ni en la aparición de un liderazgo auténtico.
En una democracia sana, las reglas electorales no son simples obstáculos que esquivar, sino garantías para que la competencia sea justa. Adelantarse con propaganda disfrazada no sólo distorsiona el juego, también degrada la confianza ciudadana y reduce la política a una carrera de egos. Si los aspirantes quieren verdaderamente liderar, deberían empezar por demostrar respeto a la ley, a los tiempos y, sobre todo, a la inteligencia de la gente. Porque el liderazgo auténtico no se pinta en bardas ni se fabrica en titulares: se construye con trabajo real, constancia y honestidad.

Daniel Alberto Álvarez Calderón
Político y abogado chihuahuense con experiencia legislativa y empresarial. Exsubdelegado de PROFECO, ex dirigente del PVEM en Ciudad Juárez y cofundador de Capital and Legal. Consejero en el sector industrial y financiero, promueve desarrollo sostenible e inclusión social.


