“This fire is out of control, I’m gonna burn this city, burn thiscity…”
— Franz Ferdinand, “This Fire” (2004)
Hay incendios que comienzan con un fósforo, y otros que llevan años encendidos, alimentados por negligencia, por miedo y por omisión. En México, el fuego ya no es metáfora: es estado natural. Hoy el país arde desde sus alcaldías hasta sus calles, no basta con apagar las llamas, hay que preguntarse quién dejó que todo comenzara a arder.
El asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, no es solo el final trágico de un liderazgo emergente: es el retrato más nítido de un país que se deshace a fuego lento. Independiente, incómodo para muchos, Manzo representaba una rareza en la política mexicana: un caudillo posible en tiempos de simulacros.
Lo mataron en público, con escoltas, cámaras y música de fondo, en el corazón de Uruapan, la segunda ciudad más poblada de Michoacán, ese territorio que desde hace años funge como laboratorio de todas las violencias posibles; lo asesinaron no solo por lo que hacía, sino por lo que representaba: la autonomía.
La presidenta Claudia Sheinbaum pidió no “politizar” el crimen, condenó el asesinato, sí, pero con la tibieza del cálculo. ¿Cómo no politizar lo que es político por naturaleza? ¿Cómo hablar de neutralidad cuando un servidor público es ejecutado mientras encarna al Estado? La supuesta mesura del poder termina sonando raro y lo raro es pariente de lo feo, decía mi abuelita.
Se equivoca quien crea que este asesinato es un hecho aislado, es un parteaguas, ya que cuando un alcalde cae, no muere solo un individuo: cae un pacto, se derrumba una institución, se evapora la idea misma de autoridad civil y lo que queda es el eco del miedo, el repliegue del poder local y la certeza de que la democracia municipal es hoy la zona cero de la violencia mexicana.
Por desgracias si las balas no bastan, las llamas hacen su trabajo como enHermosillo, un incendio en una tienda Waldo’s arrasó con más de veinte vidas. No fue un accidente, fue una cadena de omisiones: salidas de emergencia bloqueadas, protocolos inexistentes, permisos otorgados con la ligereza de siempre, cada cuerpo calcinado es una evidencia de cómo el Estado mexicano, en sus tres niveles, ha convertido la negligencia en sistema operativo.
Las imágenes del siniestro, gente atrapada, humo espeso, sirenas que llegan tarde, son también una metáfora de país: las instituciones observan el fuego desde la distancia, esperando que se extinga solo. En este caso la tragedia estalló y la respuesta es siempre la misma: condolencias oficiales, flores protocolares y un minuto de silencio que dura lo que tarda en llegar el siguiente “incidente” como lo manejan algunas autoridades, que asco.
En este orden de ideas, aquí en Ciudad Juárez, seis personas murieron —algunas calcinadas, en otro accidente vial. Uno más en una larga lista de tragedias que no ocupan titulares. Las causas son tan conocidas como ignoradas: Fata de cultura vial a mas no poder y sin esperanza a que esto cambie, instituciones corruptas y una sociedad permisiva a las “ocurrencias” de sus seres queridos que siendo o no jóvenes, por Dios, en este caso se dice que iba a 160 kilómetros por hora, si esto no es una mentada de madre para todo el gobierno no se que mas pueda ser.
En esta frontera ya a cualquier hora manejar es un acto de fe, cada choque mortal es la evidencia de una ciudad que ha sido abandonada incluso en lo más básico: el derecho a circular sin morir en el intento.
Así que no me queda mas que afirmar que estamos viendo como el país arde. A ver como se viene este problema del alcalde muerto, que puede escalar a niveles que nunca habíamos visto en los últimos años y que puede costar mas a la 4T de lo que ellos pudieran imaginar, y así nos la llevamos con esta reflexión muy al estilo de la risa en vacaciones: Un día por el plomo, otro por el fuego, otro por el olvido y frente a cada tragedia, el Estado responde con gestos, no con justicia, con declaraciones, no con decisiones, con luto, no con ley chatos.
Nos dicen que no exageremos, que no “politicemos”, que tengamos paciencia pero la paciencia no apaga incendios ni resucita alcaldes y por ende, no garantiza que esto vuelva a pasar.
La pregunta no es qué más puede salir mal mañana; a pregunta es cuántas tragedias más necesitaremos para entender que la paz no se administra desde un púlpito, ni la justicia se construye con marketing.
Lo más alarmante es esto: nos estamos acostumbrando a que los alcaldes caigan, a que el fuego consuma, a que las calles maten a que la muerte sea la única constante institucional ya que cuando eso pasa, lo que se extingue no es solo la esperanza, es la idea misma de futuro.

Alfonso Becerra Allen
Abogado corporativo y observador político, experto en estrategias legales y asesoría a liderazgos con visión de futuro. Defensor de la razón y la estrategia, impulsa la exigencia ciudadana como clave para el desarrollo y la transformación social.


