Durante más de medio siglo, el 2 de octubre ha sido tratado como una fecha sagrada del discurso político y mediático mexicano. Se ha repetido, una y otra vez, la versión de que el Ejército masacró a los estudiantes del movimiento del 68. Sin embargo, los documentos y videos desclasificados, los testimonios de militares y las investigaciones recientes demuestran que esa narrativa es, cuando menos, profundamente incompleta. Hoy sabemos que el Ejército mexicano no fue quien disparó contra los jóvenes en Tlatelolco, y que lo ocurrido aquella noche fue una trampa, una operación de manipulación política que derivó en una tragedia utilizada para dividir al país.
El llamado Batallón Olimpia (una unidad especial de civiles y paramilitares infiltrados) actuó bajo órdenes confusas, en un entorno de provocación planificada. Fueron ellos quienes abrieron fuego desde los edificios, y quienes después culparon al Ejército regular, cuyos elementos, sorprendidos y desorganizados, respondieron al ataque creyendo que estaban siendo emboscados. Las grabaciones y las pruebas balísticas lo confirman: los disparos provinieron desde los pisos altos, no desde la plaza. Aun así, pese a los intentos de revisión histórica, se sigue responsabilizando al Ejército mexicano, al que se le atribuyó un papel de verdugo que nunca desempeñó.
Esa manipulación tuvo consecuencias devastadoras. Se desacreditó a las Fuerzas Armadas (la institución más querida, disciplinada y patriótica del país) y se sembró una desconfianza que aún perdura. La izquierda edificó sobre esa herida su mito fundacional, y varias generaciones crecieron convencidas de que el Ejército fue enemigo del pueblo. Hoy, con la evidencia en la mano, debemos reconocer que también fue víctima, víctima de una operación política diseñada para culparlo, fracturar su legitimidad y debilitar al Estado mexicano.
Lo más triste es que, con el paso del tiempo, la conmemoración del 2 de octubre ha degenerado. Ya no se recuerda a los verdaderos estudiantes que exigían libertades, ni se honra la búsqueda de justicia o democracia. Las marchas actuales se han convertido en escenarios de vandalismo, saqueo y destrucción. Participan personas que jamás leyeron un solo pliego petitorio del 68 y que solo utilizan la fecha como pretexto para destruir, insultar y profanar los espacios públicos.
El 2 de octubre ya no representa la rebeldía con sentido, sino la ignorancia disfrazada de protesta. La verdad (aunque incómoda) debe decirse: el Ejército mexicano no fue el asesino, sino el chivo expiatorio. Lo que ocurrió aquella noche fue una manipulación política que sirvió para construir una narrativa falsa. Si realmente queremos honrar a los caídos del 68, debemos hacerlo con la verdad, no con consignas vacías. Porque un país que vive de mitos no podrá jamás reconciliarse consigo mismo.

Fernando Schütte Elguero
Empresario inmobiliario, maestro, escritor, y activista en seguridad pública. Destacado en desarrollo de infraestructura y literatura.
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