Lo que pasó en Iztapalapa la semana pasada con la explosión de una pipa de gas es una tragedia que nos duele a todos, pero sobre todo nos deja claro que en México seguimos acostumbrándonos a romper las reglas… hasta que ocurre lo peor. Y cuando lo peor ocurre, ya es demasiado tarde.
Las escenas de fuego y desesperación se quedaron grabadas en la memoria colectiva. Personas que simplemente estaban en el lugar equivocado perdieron la vida; otras quedaron con heridas que no solo son físicas, sino emocionales. Y pienso en ellas: en quienes sobrevivieron, pero cargarán siempre con la injusticia de haber estado ahí, de haber sido alcanzados por la negligencia de otros.
Porque, seamos claros, el problema no es que la tragedia fuera inevitable. Lo realmente doloroso es que sí pudo evitarse. Tenemos normas, leyes y protocolos diseñados para protegernos, pero preferimos ignorarlos.
Nos hemos vuelto expertos en repetir la frase: “no pasa nada”. No pasa nada si el conductor excede el peso, no pasa nada si la empresa omite verificaciones, no pasa nada si la autoridad cierra los ojos. Hasta que pasa. Hasta que explota.
La empresa responsable originaria de Juárez podrá enfrentar o no las consecuencias legales. Quizá pague indemnizaciones, quizá busque deslindarse. Pero el daño ya está hecho, y ese daño no se cura con dinero ni con abogados. El dolor de una madre que perdió a su hijo, el trauma de un sobreviviente o la impotencia de quienes lo perdieron todo en cuestión de segundos, no se borran con promesas.
En medio del caos también vimos lo mejor de nuestra gente. Los vecinos, transeúntes y ciudadanos comunes reaccionaron como siempre lo hacen los mexicanos en los momentos difíciles: con solidaridad.
Corrieron a sacar a las víctimas, ofrecieron agua, comida, ropa, hicieron traslados improvisados para que los heridos recibieran atención médica. Esa reacción espontánea, humana, es admirable. Pero también me deja pensando: ¿por qué tenemos que depender de la solidaridad ciudadana para compensar lo que se pudo prevenir?
Nos indigna por unos días, lo compartimos en redes, exigimos justicia… y después el tema se diluye, hasta que otra tragedia nos sacude de nuevo. Vivimos en un ciclo de negligencia y duelo, de omisiones y lágrimas.
Yo creo que necesitamos un cambio de mentalidad urgente. No podemos esperar a que el fuego nos alcance para reaccionar.
Respetar las leyes y las reglas no es una opción: es una obligación. Nuestra libertad termina cuando nuestras acciones ponen en riesgo el derecho de alguien más a vivir en paz.
La tragedia de Iztapalapa no debe quedar como una noticia más que se olvidará en semanas. Tiene que ser un punto de inflexión. No podemos normalizar que salir a trabajar, a estudiar o a caminar se convierta en una ruleta rusa, donde nuestra vida depende de si alguien más cumplió o no con su responsabilidad.
Cada explosión en este país es un recordatorio brutal de que las reglas existen por una razón: para protegernos a todos. Y cada vez que las ignoramos, nos acercamos más al próximo desastre.
Ojalá aprendamos esta vez.

Mayra Machuca
Abogada, Activista, Columnista, Podcaster.
Especializada en análisis y asesoría jurídica, cuenta con experiencia administrativa y jurídica con habilidades destacadas en la resolución de problemas y coordinación de tareas. Experta toma de decisiones estratégicas. Activa en Toastmasters y Renace y Vive Mujer.


