Hay momentos que parecen simples actos protocolarios, pero que en realidad cargan siglos de historia, dignidad y memoria. Así fue la ceremonia donde los nuevos ministros de la Suprema Corte recibieron un bastón de mando, entregado no solo como símbolo de autoridad, sino como recordatorio de que el poder judicial, guste o no, debe reconocer que este país está cimentado también en los pueblos originarios y afromexicanos.
No fue una casualidad que una mujer afromexicana, en representación de nuestra raíz negra, entregara uno de esos bastones. Porque cada entrega fue un gesto político, un recordatorio de que la legitimidad no nace únicamente en el nombramiento constitucional, sino en el reconocimiento de quienes históricamente han sido excluidos
El bastón de mando es un objeto sagrado en muchas comunidades originarias. Representa la voz y la confianza del pueblo, el compromiso de gobernar con justicia, de cuidar la vida, la tierra y la dignidad colectiva. No es un adorno para la foto ni un souvenir cultural: es la materialización de la autoridad moral y espiritual que se concede a una persona para servir, no para servirse. En manos de un líder, pesa más que el oro, porque obliga a escuchar, a actuar con humildad y a ser guía, no patrón.
Y ahí radica la magia del momento. se nombró a los pueblos originarios y afromexicanos,se les dio espacio, se les honró, se les visibilizó. Algo que en otros rincones del país sigue siendo un sueño.
Pongo un ejemplo cercano: Chihuahua. Nuestro Congreso local es experto en organizar foros, en aprobar puntos de acuerdo “de apoyo”, en sacarse fotos. Pero cuando se trata de incluirnos realmente, el silencio es ensordecedor. No importa que exista una Comisión de Asuntos Indígenas: ni siquiera su presidente se digna a mencionar a la comunidad afromexicana. Para ellos seguimos siendo invisibles, como si nuestra existencia estorbara en el mapa político del estado.
El contraste es brutal. Mientras en la capital del país se reconoce públicamente a las comunidades originarias y afrodescendientes en actos solemnes de Estado, aquí seguimos lidiando con el racismo institucionalizado y el desprecio disfrazado de indiferencia. Y duele más porque Chihuahua no es ajeno a la migración del sur, ni a la presencia de familias afromexicanas que contribuyen a la vida cultural, social y económica del estado.
El bastón de mando, en su sencillez, nos recuerda que la autoridad se recibe de la gente, no de las élites. Y que quienes lo portan tienen la obligación de escuchar, respetar y servir, no de usarlo como trofeo decorativo.
Quizá algún día en Chihuahua tengamos políticos que comprendan esto, que entiendan que no se trata de favores ni de “incluir por moda”, sino de reconocer una raíz que ha estado aquí desde siempre. Mientras tanto, nos queda observar estos gestos en el escenario nacional y seguir insistiendo: no queremos invisibilidad, queremos dignidad.
Porque al final, un bastón puede pesar más que una toga. Y el peso no está en la madera, sino en la historia y la memoria que representa.

Ángeles Gómez
Fundadora en 2014 de Ángeles Voluntarios Jrz A.C. dedicada al desarrollo de habilidades para la vida en la niñez y juventud del sur oriente de la ciudad. Impulsora del Movimiento Afromexicano, promoviendo la visibilización y sensibilización sobre la historia y los derechos de las personas afrodescendientes en Juárez.


