De chingadazo en chingadazo parece que ahora se legisla. Eso es lo nuevo que nos acaba de dejar la maravillosa escena política de la semana pasada en el Congreso de la Unión, durante la sesión de la Permanente, donde en pleno Himno Nacional el presidente nacional del PRI y senador de la República decidió irse a los golpes con quien hasta hace unos días fungía como presidente del Congreso: Gerardo Fernández Noroña.
Lo que debería resolverse con la lengua de los legisladores —con argumentos, debates, mociones y votos— terminó en una pelea de esas que empiezan con jalones de camiseta y acaban en empujones y patadas. Y es que, ¿cómo es posible que Alejandro Moreno, quien se autonombra líder de la verdadera oposición del país, se rebaje a repartir trancazos con el argumento de que a sus legisladoras las estaban dejando sin voz? Y no sólo eso: la bronca estalló justo en medio del Himno Nacional, faltándole al respeto al pleno, a sus compañeros, a la investidura y, sobre todo, a uno de los símbolos patrios más importantes de nuestra nación. Lo que vimos fue un arrebato que no respetó ni tiempos, ni formas, ni instituciones.
Ahora, que quede claro: Noroña no es ninguna paloma blanca. Tiene un largo historial de provocaciones y desplantes. Y lo digo con memoria propia: cuando era un joven político que deambulaba por los pasillos de San Lázaro, presencié mi primer encontronazo con él en 2011, durante una sesión de comisión en la Cámara de Diputados. En aquella ocasión, Noroña se lanzó a empujones y manotazos contra otros funcionarios porque el entonces secretario del Trabajo se atrevió a decir que los legisladores parecían no saber hacer su trabajo. Esa era su manera de responder: a gritos y a golpes.
De hecho, a lo largo de la última década, Gerardo Fernández Noroña ha acumulado varias anécdotas similares. Pero, ojo: que él tenga fama de provocador no convierte en justificable lo que vimos la semana pasada. Nunca antes un golpe se había dado en medio del Himno Nacional y contra el presidente del Congreso, quien en ese momento representaba nada menos que al Poder Legislativo en su conjunto. Y esa diferencia lo cambia todo.
Porque, al final, no se trata de si Noroña es querido o detestado, sino de la figura que encarnaba en ese instante: un poder del Estado, tan importante como el Ejecutivo y el Judicial. Y lo que hizo Alejandro Moreno fue faltarle al respeto no sólo a un hombre con fama de bronco, sino a toda una institución.
El problema es que a Alito parece gustarle el tropiezo constante: de escándalo en escándalo, de señalamiento en señalamiento, su idea de representar a la oposición termina siendo una cadena de actos que sólo provocan vergüenza ajena. Y aquí no se trata de aplausos fáciles ni de vítores de sus simpatizantes, que hoy lo quieren pintar como un héroe opositor por atreverse a “poner en su lugar” a Noroña. No. Lo que vimos fue a un dirigente que, en lugar de defender con argumentos a sus legisladoras, prefirió recurrir a los trancazos, degradando aún más el nivel del debate político en este país.
Y eso es lo más preocupante: que el debate ya está prácticamente muerto. En lugar de parlamentar, se insultan; en lugar de negociar, se empujan; y en lugar de convencer, se agarran a golpes. Así, el diálogo se convierte en espectáculo, el Congreso en un ring y los legisladores en luchadores de tercera.
El episodio deja claro el tamaño de la crisis política que vivimos. Porque no sólo es que se pierda la compostura, es que también se pierde la legitimidad. Una oposición que celebra a su dirigente por comportarse como golpeador no está construyendo futuro; está cavando un hoyo del que será muy difícil salir. Y lo triste es que parece que ahí, en ese pozo, se sienten muy cómodos. Cavan y cavan, felices, como si en el fondo algún día fueran a encontrar petróleo.

Daniel Alberto Álvarez Calderón
Político y abogado chihuahuense con experiencia legislativa y empresarial. Exsubdelegado de PROFECO, ex dirigente del PVEM en Ciudad Juárez y cofundador de Capital and Legal. Consejero en el sector industrial y financiero, promueve desarrollo sostenible e inclusión social.


