La violencia verbal denota carencias graves, falta de argumentos, poca imaginación y un afán discriminatorio que ciertamente nos habla de la educación de las personas, no esa que se aprende en los centros escolares, sino aquella que nos inculcan o no en el seno familiar y que posteriormente refrendamos a lo largo de nuestras vidas. La campaña de agresión que tienen en mi contra la senador Téllez y su jefe, Salinas Pliego, habla mucho más de ellos que de mi.
Es muy probable que el senador Téllez desconozca las reglas mínimas que deben darse en un debate parlamentario, la causa de esto puede ser que viene de un medio que cree que el escándalo vende o sube ratings, y en donde cualquier recurso sirve para ganar focos, más aún cuando no existe el talento necesario para ser parte de una discusión parlamentaria.
Y es que un debate entre legisladores y legisladoras debe desarrollarse de manera ordenada, fundamentando puntos de vista sobre los asuntos legislativos que se abordan en las Cámaras y debe centrarse siempre en el asunto a tratar no en los demás miembros, y nunca debe incluir ataques personales.
Tan solo con esta definición es más que claro que la senador Téllez no conoce el oficio que se da en los órganos legislativos, pues en casi todas sus participaciones, hace todo lo contrario, recurre a agredir una y otra, y otra vez. Hecho que ha resultado en que medianamente se le conozca, de lo contrario, esa carencia de ideas la hubiera llevado al lugar más oscuro de los recintos como un senador “levanta manos”, que al final lo es, solo que conocida.
Repasando su “trayectoria”, en la legislatura pasada la senador Téllez insultaba a su entonces par, Citlalli Hernández, haciendo referencia a su peso, sus insinuaciones no dieron lugar a dudas, y lo hizo una y otra vez, y de todo daba cuenta a su jefe Salinas Pliego, aplaudiendose mutuamente, empleada y empleador disfrutando de las ocurrencias de la primera.
Otro blanco de sus agresiones y su incansable necesidad de acaparar focos y seguir agradando al jefe, es el senador Fernández Noroña, a quien desde que era diputado y compañero del PT, lo llamaba: “changoleón” , “plebeyo” y el último, “bellaco”.
Y ahora que su servidora es parte de la Comisión Permanente, soy su nuevo blanco, todo porque no permití que en una sesión continuará con un show completamente ajeno a las sesiones, llevando a Noroña un traje ridículo, el cual solo bajé de la mesa directiva, y de ahí pal´real como dicen en mi tierra.
La senador y su empleador, Salinas Pliego han tenido referencias a mi persona con una parálisis facial que padezco y sobre mi peso. ¿Qué más se puede esperar de las personas que viven del espectáculo? Eso precisamente, simplicidad, superficialidad y por supuesto, falta de respeto, la senador a la institución de la que forma parte, y el empleador, bueno, el empresario corrupto que se niega a pagar al fisco 74 mil millones de pesos.
El trabajo de la senador no es otro que el de los “porros”, esos elementos universitarios que reventaban las sesiones con violencia y con estruendos, uno claro para llamar la atención y dos, para desviar las discusiones de normativas que se deben discutir, en este caso en el Congreso, pero que a la senador no le importa. El verdadero oficio de la senador es justamente “reventar” las sesiones.
El discurso de odio que pregonan este par es grande, pero no lo suficiente para que la transformación del país continúe, dejando a estos personajes como meras anécdotas, porque no son, ni serán otra cosa.

Lilia Aguilar Gil
Política y académica.
Maestra en Administración Pública por la Universidad de Harvard y en Gestión Pública por el Tecnológico de Monterrey. Ha contribuido en foros internacionales y enseñado en la Universidad de Harvard. Fundadora de la asociación civil LIBRE, se enfoca en el empoderamiento juvenil. Imparte clases en la UNAM y actualmente es Secretaria Técnica en la SSPC, habiendo sido titular en la Secretaría de Gobernación. Su carrera en el Congreso refleja su compromiso con la seguridad y las políticas sociales.
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