En nuestra cultura hemos confundido por mucho tiempo dos palabras que parecen similares, pero tienen efectos muy distintos: AYUDAR Y APOYAR. Ayudar suele ser inmediato, momentáneo, incluso emocional. Apoyar implica compromiso, visión y corresponsabilidad. Y esa diferencia importa, mucho.
Nos hemos acostumbrado a dar en fechas especiales, cuando hay catástrofes, o cuando la emoción nos mueve. Pero fuera de esos momentos, el impulso de dar se apaga y con ello también se apagan las posibilidades de construir soluciones reales. ¿Por qué damos solo cuando “se siente bonito” y no cuando más se necesita?
La ayuda no es mala, pero cuando se convierte en la única forma de atender la necesidad, se vuelve un ciclo sin salida. ¿Hasta cuándo será autosuficiente alguien que solo recibe, pero no participa? ¿Qué tipo de ciudadanía estamos formando si seguimos alimentando la dependencia sin herramientas ni propósito? Y esto lo digo por un país como México donde hay muchos rezagos, hay muchas necesidades, el dar se ha convertido en la varita mágica para ser ¨alabados¨.
Ayudar sin estrategia puede incluso detener el desarrollo. Alguien que recibe de forma constante sin tener que involucrarse o esforzarse, tarde o temprano pierde la motivación para crecer por cuenta propia. El problema no es la ayuda, es que la ayuda, sola, no transforma.
Y en un momento económico como el que vivimos, no hay dinero que alcance para seguir “dando” sin generar valor. No se trata de dejar de ayudar, sino de transformar esa energía en oportunidades concretas, medibles, sostenibles. Porque sí: el impacto de un apoyo bien diseñado sí se puede medir, se nota en la educación, en la salud, en la estabilidad emocional, en el sentido de propósito.
Hoy más que nunca, se necesitan personas y organizaciones con mentalidad abierta. Que entiendan que el desarrollo no es vertical, que no se trata de que uno da y otro recibe, sino de que ambos construyen. Porque el que apoya desde la convicción, también se transforma.
Desde la iniciativa privada, no siempre se trata de dinero. Se trata de ver en qué momento podemos hacer una diferencia real, a veces con tiempo, con mentoría, con alianzas, con entornos seguros para que otros crezcan, eso también es apoyar.
Y sí, la ayuda debe tener fecha de caducidad. El objetivo no es que alguien viva de ella eternamente, el objetivo es que un día pueda valerse por sí mismo… y apoyar a otros. Ahí está el verdadero desarrollo humano.
México no necesita más gestos de buena voluntad aislados, necesita una visión de comunidad donde todos pongamos algo: ideas, voluntad, liderazgo, puentes. Necesita que transformemos la cultura de dar en una cultura de construir.
Porque ayudar es un acto.
Pero apoyar es un camino.



