Durante mis primeros semestres en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), tuve un primer encuentro indirecto con la figura de Federico Ferro Gay, un nombre que, en ese momento, no significaba mucho para mí. No fue sino hasta años después, mediante lecturas, conversaciones y experiencias compartidas con colegas y maestros, que comprendí el impacto de su legado en la formación humanística del norte de México. Este texto es una reflexión personal y crítica sobre esa figura mítica que llegó desde Italia para sembrar, en el desierto chihuahuense, una manera distinta de pensar, enseñar y vivir las Humanidades.
Primeros ecos: de la indiferencia al interés
Mi primer contacto con el nombre de Federico Ferro Gay ocurrió en una clase de Filosofía de la Educación. La profesora lo citaba con frecuencia, pero sus referencias no me generaban mayor interés. Más tarde, vi su nombre en un cartel sobre una jornada académica, y poco a poco fue ganando presencia. Al finalizar una de estas jornadas, se reprodujo un audio en el que recitaba un poema de Leopardi. Me llamó la atención cómo varios asistentes cambiaron su expresión al escucharlo; en sus rostros se dibujaba una profunda nostalgia.
Esa misma semana, al buscar mi constancia de participación, me dirigieron con el profesor Ulises Campbell. Mientras conversábamos, me invitó a su cubículo. Allí observé un medallón con la efigie de Ferro Gay, y al preguntarle si era un familiar, me respondió que no: había sido su maestro. Me habló de él con respeto y afecto, como alguien que marcó su vida académica y personal. Fue entonces cuando comencé a sospechar que detrás de ese nombre había algo más que simples citas.
Un legado silencioso
Como muchos de mi generación, no conocí personalmente a Federico Ferro Gay. Su legado me llegó a través de la Cátedra Patrimonial que lleva su nombre y por los relatos de profesores y estudiantes veteranos. Curiosamente, nunca se nos asignaron lecturas suyas en clase, ni siquiera como material complementario, lo cual contrasta con la profunda admiración que despierta entre quienes fueron sus alumnos. Lo que a mí me hizo interesarme verdaderamente por él fue el respeto unánime que generaba.
Tiempo después, una amiga me convenció de tomar una clase de latín con el profesor Omar Alberto Reyes. Años más tarde, ya graduado, retomamos contacto y me compartió que estaba por publicarse un libro sobre Ferro Gay, cuyo objetivo era un acercamiento a la persona, al maestro, al filósofo y a su obra. Cuando el volumen Philosophia Non In Verbis llegó a mis manos, decidí leerlo con atención. Quería entender quién había sido realmente este maestro cuya figura parecía bordear lo mítico.
Reflexiones sobre Philosophia Non In Verbis
El libro, coordinado por el profesor Omar Alberto Reyes, compila textos de varios autores —algunos de ellos también fueron mis maestros— que ofrecen diversas miradas sobre Ferro Gay. A lo largo de la lectura, me surgieron dudas: ¿era un acercamiento, una memoria colectiva, una reflexión crítica o un ejercicio de erudición? Como lector, mi búsqueda era conocer al maestro, a la persona más allá del símbolo.
El retrato que emerge es el de un hombre complejo, cuya infancia y juventud estuvieron marcadas por la adversidad. Su vocación salesiana lo trajo hasta Chihuahua sin recursos ni vínculos familiares. Desde allí, se convirtió en un promotor cultural y académico de peso, dejando huella tanto en la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACH) como en la UACJ. Su llegada representa, en cierto sentido, el arribo tardío pero decisivo de las Humanidades al norte del país. Me gusta pensar que, de no haber venido él, otro proceso formativo en nuestra región habría tardado aún más en consolidarse.
En la introducción, Omar Alberto Reyes explica que este libro es un acercamiento a la persona, al maestro, al filósofo y a la obra que dejó. Asimismo, es un libro de filosofía que asume una peculiar responsabilidad: ¿por qué escribir sobre Federico Ferro Gay? Porque él fue quien trajo las Humanidades de manera profesional, y por ello es importante tratar de saber qué pensaba cuando emprendió dicha labor. ¿Qué vio, o qué lo llevó a hacerlo?
¿Por qué leer sus libros y reeditarlos? Porque los escribió para que los alumnos tuvieran un primer acercamiento a la filosofía. Pero los tiempos han cambiado, y el contexto de los estudiantes actuales es muy diferente. Es necesario —así lo veo yo— que se acerquen a la filosofía, especialmente a los estoicos, pues en ellos se encuentra una posible cura para la ansiedad, la depresión y otros malestares contemporáneos. Por otra parte, ¿cuántos filósofos mexicanos conoce el común de la gente? Es más: ¿cuántos ha dado Chihuahua? Me llama la atención que de Fuentes Mares, por ejemplo, exista una avenida. Una vez les encargué a mis estudiantes de Historia que investigaran la biografía y obra de José Fuentes Mares, y el resultado fue favorable: algunos se sorprendieron al descubrir que existió un chihuahuense de esa estatura académica y filosófica.
Por eso pienso que Ferro Gay también merece un lugar. Fundó una Escuela de Filosofía, Letras y Periodismo que después evolucionó en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH; luego promovió la creación de una Maestría en Filosofía en la UACJ. ¿Qué nos dice eso? A mí, que dichas universidades no se fundaron para formar humanitas (en el sentido romano), sino para atender las necesidades profesionales de Chihuahua —lo cual no tiene nada de malo—, pero ¿no hay filosofía, historia ni literatura en Chihuahua?
Reseñas del libro Philosophia Non In Verbis
El prólogo, escrito por Arturo Rico Bovio, contextualiza la vida académica del maestro Ferro y explica la complejidad del libro, ya que está conformado por quince ensayos de naturaleza muy diversa: biográficos, testimoniales, críticos, sobre sus intereses, amistades, discípulos, actividad política y aportaciones culturales.
En Recuerdos para Victoria González, se destaca que las enseñanzas de Ferro se daban no solo en los contenidos, sino en su forma de ser como maestro, y en la erudición que demostraba sobre las letras y el pensamiento grecolatino. Lo que le daba un plus a su figura era que también escribía y ofrecía conferencias, siendo así un maestro completo. Además, su congruencia con la filosofía que enseñaba consolidó el respeto y la admiración que le tenían.
Con Ricardo León descubrimos a un colega: un conversador natural que amenizaba las horas de trabajo con café, tabaco y sabiduría. Un maestro que compartía las mismas quejas que muchos de nosotros respecto a la burocracia institucional que impide enseñar.
Para Joel Cortés, la materia de Filosofía fue la más importante por lo integral que era y por cómo la impartía Ferro: con historia, conceptos, etimologías y explicaciones literarias.
Marlon Martínez explica la importancia de la migración italiana a México, pues con ella llegaron traducciones de autores difíciles de conseguir, especialmente en el norte. En Chihuahua no hubo presencia intelectual significativa de esa migración, y por eso la figura de Ferro Gay cobra especial relevancia: porque, además de enseñar, fue traductor.
Héctor Pedraza ofrece un buen resumen de su vida personal, académica, profesional y política. Su artículo me dio más claridad sobre el desarrollo y madurez del maestro.
En Pretextos, Rubén Lau explica cómo Ferro Gay utilizaba a los clásicos para analizar los problemas políticos de la década de 1970, dándoles así la vigencia que siguen teniendo. Una anécdota que rescata es que, al final de sus clases, nadie le hacía preguntas. Pienso que esto se debía a que, cuando un maestro demuestra erudición, los estudiantes se vuelven más receptivos, y en ello hay una muestra de respeto.
Luis Jiménez presenta otra de las temáticas que estudiaba Ferro: el pensamiento medieval, agustiniano y tomista, y por ende lo platónico y lo aristotélico.
Margarita Salazar nos permite imaginar cómo era una clase de teoría literaria con el maestro: no se trataba solo de conceptos, sino de fondo y forma, apoyados en la mitología.
En Acercamientos, Ulises Campbell reflexiona sobre los métodos y posturas críticas de Ferro Gay respecto a la enseñanza. Allí sentí que me encontraba con un colega, un maestro con quien coincido profundamente.
Jorge Ordóñez expone sus diferencias académicas con Ferro Gay, las cuales considero importantes de leer, ya que la dialéctica es necesaria para generar nuevas ideas.
Ricardo Vigueras explica que el fundamento del curso de latín impartido por Ferro eran los textos de los estoicos, porque para él la educación debía servir para la vida.
Jorge Balderas presenta tres apartados: el primero, una ruta personal sobre el proceso de formación del maestro; el segundo, unas reflexiones vigentes sobre la educación superior en México; y el tercero, sobre dos vocaciones: la filosofía presocrática y la literatura.
María Franco muestra que Ferro era un gran conocedor de la literatura italiana, así como del contexto de sus autores.
Por último, con Omar Alberto Reyes me formé una idea de cómo podría haber sido una clase de lenguaje con Ferro Gay. Se percibe el peso que tiene la filología en la filosofía, ya que su estudio conlleva el conocimiento profundo de palabras y contextos del pasado. El acercamiento a los pensadores antiguos implica también conocer lo mejor posible su lengua. Debió haber sido impresionante para aquellos alumnos que se acercaban por primera vez al mundo helénico.
Finalmente, en “Su regreso al Mediterráneo” en la sección Destino, de Claudia Piña, se cuenta una anécdota que parece de leyenda: un momento especial en recuerdo de un hombre que lo dio todo por sus clases y sus alumnos. Al final, regresó a su tierra natal. ¿Será que al final de mis días pueda tener el mismo privilegio que Ferro Gay? ¿Que alguien regrese mis restos al valle en el que nací?
Enseñar como forma de vida
Lo que más me impresionó fue su manera de enseñar. Según sus exalumnos, las clases de Ferro Gay no eran simples exposiciones temáticas: eran sesiones integrales donde se articulaban historia, filosofía, etimología, literatura y pensamiento crítico. Utilizaba la Biblia como herramienta pedagógica, lo cual me remitió a mi experiencia en la Universidad de Sevilla, donde este enfoque también es común. El cristianismo, guste o no, forma parte de nuestra historia cultural. Sin embargo, en México, el academicismo burocrático y laicista tiende a marginar estos recursos.
Como docente, me identifiqué con él. Quienes nos dedicamos a la enseñanza solemos desarrollar nuestros propios métodos, estilos y enfoques. Pero el sistema educativo, con sus exigencias administrativas y modas pedagógicas, suele obstaculizar esa libertad. Ferro Gay, como tantos maestros vocacionales, se enfrentó a la rigidez institucional. Su ejemplo me reafirma que el buen maestro no solo enseña: también se forma continuamente, mantiene una postura crítica y actúa con congruencia.
El maestro que no era filósofo (¿o sí?)
En una conversación con un colega que estudió Filosofía a nivel de posgrado, surgió una crítica hacia Ferro Gay: que sus escritos no eran profundos, sino descriptivos. Sin embargo, hay que considerar que muchos de sus textos eran manuales dirigidos a estudiantes sin formación filosófica. En ese contexto, la claridad es más útil que la densidad.
El profesor Ordóñez, en uno de los capítulos, refuta la visión helenocéntrica de Ferro Gay, quien consideraba que los griegos ya lo habían dicho todo. Esto me llevó a pensar que quizá Ferro Gay no fue filósofo en sentido estricto, sino un gran maestro de las Humanidades, más comprometido con la enseñanza que con la construcción de sistemas filosóficos.
En el documental Ferro Gay: Humanidades del desierto, el propio maestro afirma: “Nunca fui un intelectual. Pienso que el intelectual no sirve para nada. (…) Siempre lo he hecho con entusiasmo”. Esa declaración, lejos de restarle valor, humaniza su figura y enfatiza su vocación docente.
Ahora bien, me gustaría hacer algunas precisiones: ¿qué entendemos por “filósofo”? Pienso que hay dos formas de entenderlo. El primero, el filósofo de escritorio, que estudia todas las corrientes y diserta sobre conceptos. El segundo, aquel que también conoce las corrientes filosóficas, pero hace de alguna de ellas su forma de entender la vida. Por ello pienso que Ferro Gay fue del segundo tipo: vivió de acuerdo con ciertas ideas, y de allí el título del libro que honra su legado: Philosophia Non In Verbis. La filosofía no está en las palabras, está en los hechos. Y eso fue lo que hizo el maestro a lo largo de su vida y sus clases.
Fe, política y contexto
Uno de los puntos más debatidos en el libro es su postura ante el fascismo italiano. Al parecer, Ferro Gay no hablaba mucho del tema, salvo para afirmar que el régimen terminó con la muerte de Mussolini. Durante mi estancia en Sevilla, conviví con italianos cuyos abuelos vivieron esa época, y su perspectiva era similar a la que muchos mexicanos tienen del PRI: un gobierno ambiguo, con luces y sombras.
En este sentido, es problemático equiparar automáticamente fascismo y nazismo, como si se tratara de fenómenos idénticos. Además, se ha criticado la participación de católicos en el fascismo, olvidando que fue Mussolini quien otorgó la independencia al Vaticano. Ferro Gay fue un hombre formado en una orden religiosa, y su catolicismo era una parte integral de su vida, no una excentricidad ni un adorno ideológico.
Para concluir
Philosophia Non In Verbis es, por momentos, un texto abrumador por la intensidad con la que sus autores evocan al maestro. Pero también es un testimonio poderoso del impacto que puede tener un buen docente. Ferro Gay fue, ante todo, un sembrador de Humanidades en tierra árida. No todos sus alumnos lo entendieron en su momento, y quizás ni él mismo se consideraba un faro. Pero dejó una huella que sigue vigente. Pienso que el mejor acercamiento que sus discípulos pueden tener con él es superarlo: ir más allá de su legado, construir nuevos caminos, formar generaciones aún más críticas y comprometidas.
Solo así podrán honrar verdaderamente a ese maestro que vino desde lejos a cambiarles la vida. Y, finalmente, dejarlo descansar en paz, a casi veinte años de su partida. Con esto último me refiero no a olvidarlo, sino a no estigmatizarlo; a dialogar nuevamente con él a través de lo que nos dejó escrito. Yo lo veo en mis planes porque el objetivo del libro se cumplió, me acerque a la persona, al maestro y al filósofo.

Marduk Silva
Licenciado en Historia por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Profesor en Preparatoria Lobos de la Universidad de Durango Campus Juárez y en la Escuela Preparatoria Luis Urias.
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